El discurso que cunde en las redes sociales nos muestra un incremento de la conciencia ambiental.
Las proclamas de cuidar el planeta, una imperiosa urgencia de supervivencia y respeto a la casa común contrastan con el saldo del 1 de enero.
Las redes sociales, que transmiten mensajes con alto contenido de veneración al entorno natural, también reflejan la otra cara de la realidad.
En una playa ecuatoriana -en Salinas, concretamente- las toneladas de basura que dejó la noche de jolgorio y derroche de licor fueron el telón de fondo de un escenario que antes estuvo empañado por enfrentamientos entre ciudadanos.
Pero pensar que esa imagen es única y solo corresponde al balneario mencionado es una evasión.
Luego de divulgadas algunas de las capturas de pantalla acompañadas de toda suerte de descalificaciones, las mismas redes se inundaron de otras fotos en distintos lugares del país. Colosales restos de basura, envases de plástico, vidrios reventados en veredas y calzadas, un símil vergonzoso del día después, del desenfreno y su final de apocalipsis.
Probablemente muchos de quienes se dieron a la algarabía y muchos de aquellos que compartían mensajes de paz y de preocupación por el calentamiento global, también se mezclaron en las turbas que dejaron varios sitios del Ecuador y otros países como tierra arrasada.
Luego señalamos a los cabildos y la falta de basureros y los deficientes servicios públicos, pero no nos damos cuenta -o nos engañamos ante nuestro propio espejo- de que si no dejamos de arrojar basura por la ventana de los buses y autos particulares, si no recogemos los desechos y hacemos algo con las botellas y los plásticos, tarde o temprano ese planeta azul de los hermosos documentales no sería sino un recuerdo.
Si seguimos así, esta tierra devastada, que cada vez se calienta más, donde miles de animales y plantas mueren por nuestra acción y omisión, no solo será una historia fílmica. Para vivir mejor y proteger la naturaleza,hay que predicar y practicar, una costumbre indispensable.