La inmensa tarea de exponer, negociar y convencer a una entidad como el Fondo Monetario Internacional rindió.
El FMI informó que se alcanzó un nuevo acuerdo con el país, aunque falta la ratificación del Directorio.
Cuando hace un año y medio las relaciones del país se reanudaron con el Fondo Monetario Internacional, esta parte de la historia cambiaba.
Sin embargo, los primeros meses no fueron fáciles. Había que romper el estigma que supuso una década entera de hostilidad con el Fondo.
Durante el Gobierno pasado, el Ecuador acudió a otras fuentes de financiamiento que supusieron tasas de interés altas, plazos cortos, contratos secretos y compromisos de entrega de petróleo como prenda.
Para dar la vuelta a esa relación, el equipo negociador del Ecuador hizo ingentes esfuerzos y se estableció un primer momento sano. Empezaron a fluir los recursos pero también llegaron los tropiezos.
El manejo de mayorías complicadas de formar y más de convencer, en el ámbito de la Asamblea, no permitió dar curso a las reformas que el Fondo veía como indispensables. Hay todavía camino por recorrer.
La liberación de precios de los combustibles sin una adecuada explicación puso al país en vilo; la violencia puso al Gobierno en la cuerda floja.
Ahora, y luego de los anuncios en materia de los nuevos escenarios con los tenedores de bonos, esta nueva negociación es positiva.
La renegociación llega tras los descalabros de la pandemia y cuando la economía y el empleo se han deteriorado gravemente. El acuerdo con el FMI tiene el compromiso de USD 6 500 millones, a una tasa del 2,9%. El desembolso en este año será de USD 4 000 millones y el resto de dinero llegará hasta el 2022.
Los recursos serán de libre disponibilidad y los empréstitos de los multilaterales crecerán. Hay que pagar sueldos al sector público, equilibrar la caja fiscal, reducir el déficit y manejar la economía con cautela.
La reforma estructural será también tarea del nuevo gobierno, pues ni siquiera la supuesta bonanza alcanza si no se tiene la casa en orden.