El año 2015 y este 2016, en el que vamos avanzando en medio de extremas dificultades, desnudan las flaquezas del modelo. Se puso gran énfasis en proyectos de infraestructura de los que se excluyó a la inversión privada.
Los primeros años de la revolución ciudadana lucían prometedores. Pero bajo el brillo de la inversión en infraestructura empieza
a aparecer la realidad.
El crecimiento económico se basó en una dinámica de consumo generado por la inyección de recursos en la construcción, la obra pública, la preponderancia del rol del Estado en la economía y el crecimiento de la burocracia.
De un Presupuesto de USD 8 600 millones en el 2007 se pasó a la extravagante propuesta de USD 36 000 para el 2015.
La realidad llevó a un aterrizaje forzoso, avizorado cuando el Presidente anunciaba que el 2015 iba a ser difícil.
El modelo sustentado en los altos precios del petróleo infló la deuda en vez de crecer solo con ingresos concretos, y eludió el ahorro por considerarlo desdeñable.
Los calificativos sobre el milagro ecuatoriano se enfrentaron con la realidad. Todo quedó en la piel lustrosa de un modelo que se complica por la caída internacional del crudo y por la apreciación del dólar.
Hoy, las vacas flacas desnudan que el cambio de matriz productiva no cuajó, que la flexibilización es una salida ante políticas inflexibles en su momento, que el empleo es el principal problema que perciben los ecuatorianos y que la deuda externa sigue creciendo.