Un feriado con más restricciones por la pandemia
La segunda Semana Santa en pandemia en lo que va del siglo halla al mundo al borde de la desesperación. Vivimos entre las restricciones, el ahogo económico y la dicotomía entre la salud y la libertad de circular y actuar.
Hace un año, las imágenes más lúgubres llegaron desde el solitario enclave de la Plaza de San Pedro, con la referencia del papa Francisco a un tiempo de peste que fue estremecedor en medio del confinamiento.
Más de un año después de los primeros casos del coronavirus, con millones de seres infectados y cientos de miles de muertes, el virus no remite. La vacuna no es una realidad para la mayoría de la población.
En Ecuador las cifras hablan por sí solas. Y el crecimiento de los casos, un 25% más que en similar período del año pasado, ha llevado al Comité de Operaciones de Emergencia a hacer duras recomendaciones.
La restricción operará parcialmente en las carreteras a escala nacional. Los buses de largos trayectos, empero, podrán circular (aquellos con recorridos de más de 8 horas). Los automóviles particulares tendrán que atenerse a un complejo esquema de placas pares e impares. Todo para atenuar la circulación y evitar la expansión masiva de contagios.
No habrá playas ni se abrirán bares ni discotecas. En Quito se veta el expendio de licor. Mientras, Loja toma medidas más drásticas y Guayaquil limita la jornada laboral. Oficinas y negocios pueden estar abiertos hasta las 16:00 y habrá dos horas para circular. Luego, restricción total.
Todo obedece a que el virus se vuelve más agresivo y hay más contagios. Las camas están saturadas y muchos pacientes aguardan en el piso en distintos hospitales. Las unidades de cuidados intensivos están al límite. Se temen las mutaciones más agresivas de virus foráneos.
Pero volvemos al dilema de siempre. Cuidar la vida sobre todas las cosas, pero ahogar conscientemente la economía, el turismo, los restaurantes y los negocios. ¿Qué pasa con el empleo y los ingresos?
Más habría servido tener suficientes vacunas y un plan, que la constatación de que estamos sobrepasados.