Un momento indispensable de sosiego hace falta para retomar con bríos la marcha del país. Eso implica abandonar proyectos personalistas y salir organizadamente de la crisis.
El Ecuador atravesó con vértigo extremo una década en la que la abundancia petrolera y el endeudamiento crearon una ilusión de bienestar que tapó los abusos y el despilfarro.
La andadura de estos tres años ha marcado otro ritmo. El valor supremo de las libertades se ha promovido desde el poder, y eso está bien.
También es cierto que se impulsó un proceso de necesaria reinstitucionalización y ha vuelto a operar la justicia, no al ritmo que todos quisiéramos. Pero hay buenas señales.
No se puede desconocer que gobernar en tiempos de dificultades económicas entraña exigencias y ajustes que pasaban por la negociación de un esquivo consenso.
Las decisiones para presentar una imagen distinta de país y recuperar las relaciones bilaterales llegaron con frenos y tardanzas. Hace más de un año, la apertura del Fondo Monetario Internacional y los demás multilaterales trajo algo de oxígeno.
Pero se debía caminar con reformas que se enredaron. Mes a mes se ofrecían los proyectos en materia laboral, financiera y de ordenamiento estatal. Mes a mes, también, las dilatorias se tornaban desesperantes.
El anuncio de la eliminación de ciertos subsidios a los combustibles avivó la hoguera en octubre. Actores sociales, algunos vinculados a políticos que quieren beneficiarse del caos, aprovecharon. La violencia tuvo al país en vilo. Entonces se apreció el valor de vivir en paz y democracia.
La debacle de octubre dejó ingentes pérdidas económicas y polarización. Los bloques congresales se volvieron cada vez más esquivos y dispersos, con dirigentes políticos pensando en salidas extremas y en las elecciones generales del 2021.
Por si todo eso fuera poco, la pandemia del covid-19, que causa dolor y muerte, profundizó el ya asfixiante panorama económico.
La estabilidad política es indispensable. Que el Gobierno cumpla su mandato hasta el 24 demayodel2021.