La imagen de los vecinos de Quito circulando a pie por calles congestionadas, en medio de una humareda, es cosa común.
La opacidad del aire causada por los gases contaminantes que afectan a la salud son compañeros cotidianos de los peatones, en especial en las vías céntricas y más congestionadas.
Hace más de tres lustros se conformó un observatorio de la calidad del aire. Los primeros datos eran alarmantes. Los elementos cancerígenos ponían en severo riesgo la capacidad respiratoria de los transeúntes, vendedores ambulantes y agentes de tránsito.
Los esfuerzos de la autoridad nacional de hidrocarburos por mejorar la calidad del diésel son constantes, cabe reconocerlo, pero se hallan a considerable distancia de lo que aconsejan los parámetros internacionales que se emplean como referentes.
El gran problema se halla en el parque automotor, en especial en aquel de transporte público, y seguramente de los camiones que circulan por Quito y otras ciudades en horas que se debieran restringir o prohibir.
Mientras las normas vigentes no alcancen exigencias como las existentes en Europa o los autobuses y camiones no se renueven, el problema de salud pública persistirá.
Además de todo, lo mínimo deseable es que el control en las revisiones mecánicas sea severo, sin concesiones ni márgenes de tolerancia.
El tema de la calidad del aire, máxime en ciudades de altura, es asunto serio.