La campaña electoral por la Presidencia de Ecuador llega a su fin este 11 de abril, y el paÃs se prepara para acudir a las urnas el domingo 13 de abril con un panorama marcado por la incertidumbre, la polarización y un debate que deja más preguntas que respuestas estructurales.
El enfrentamiento entre Daniel Noboa y Luisa González, que emergió de una primera vuelta reñida y sin mayor margen de ventaja, se ha caracterizado más por el tono emocional que por la profundidad de las propuestas.
Ambos candidatos han expuesto sus ideas, han hablado de seguridad, de empleo, de inversión, pero el lenguaje de campaña ha privilegiado las emociones, el miedo, la acusación y el descrédito, especialmente a través de redes sociales.
El fenómeno de las “campañas sucias” se ha intensificado, con estrategias de difusión de desinformación que han sido denunciadas incluso por medios como EL COMERCIO, cuyos logotipos han sido utilizados sin autorización para difundir contenido falso durante el proceso electoral.
Las redes sociales han sido protagonistas en esta contienda, no solo como canal de comunicación, sino como campo de batalla donde se ha librado buena parte de la guerra electoral. La emocionalidad ha sustituido el debate programático, y las respuestas estructurales han sido reemplazadas por promesas inmediatas. En lugar de visiones de largo plazo, la campaña se ha centrado en soluciones urgentes, muchas de ellas desprovistas de un análisis profundo de contexto, tanto nacional como internacional. Incluso se ha puesto en duda la continuidad de la dolarización, lo que genera incertidumbre.
Y ese contexto importa. En el escenario global actual, Ecuador no puede darse el lujo de encerrarse en una narrativa localista. La guerra comercial impulsada por Estados Unidos, el fortalecimiento del proteccionismo, las crisis energéticas, el cambio climático o la crisis humanitaria venezolana son temas que afectan directa e indirectamente al paÃs. Pero en lugar de abordarlos con propuestas de polÃtica exterior o desarrollo sostenible, han sido utilizados como insumos de ataque ideológico, sin generar soluciones de fondo.
El vacÃo de visiones estructurales se refleja en la dificultad para convencer a los votantes jóvenes y a quienes votaron nulo o en blanco en la primera vuelta. Este grupo sigue esperando una narrativa que los represente. Las campañas digitales han llegado a ellos en forma de eslogans y promesas, pero sin una construcción de confianza real.
A esto se suma la crisis de las encuestas. Las mediciones de opinión no han logrado generar certezas. Algunas muestran diferencias mÃnimas, otras contradicen los resultados anteriores. En lugar de orientar, las encuestas terminan confundiendo, amplificando la sensación de que la decisión sigue abierta y que el electorado votará más por percepción que por convicción.
La gran lección de esta campaña es que el sistema polÃtico ecuatoriano necesita una renovación de fondo. El agotamiento del discurso, la desconexión con los ciudadanos y la prevalencia de la forma sobre el fondo muestran que la democracia no se fortalece solo con votaciones. Se requiere un nuevo contrato social donde la clase polÃtica vuelva a construir sobre bases de confianza, integridad y futuro compartido.
Cualquiera que gane el domingo enfrentará un paÃs con problemas. Ninguno de los dos candidatos tiene un colchón polÃtico amplio. La sociedad está fragmentada y el nivel de descrédito hacia la polÃtica se ha profundizado, como lo ha demostrado el Latinobarómetro en sus últimos estudios, donde Ecuador aparece entre los paÃses con menor confianza en el sistema.
Por eso, más que ganar, el verdadero desafÃo comienza el 14 de abril. Gobernar sin mayorÃas, con un paÃs polarizado y una ciudadanÃa exigente, implicará demostrar con hechos lo que en campaña se dijo con palabras. Es momento de que quienes lleguen al poder abandonen la emocionalidad electoral y asuman con realismo y compromiso los retos del presente. Ecuador no está para improvisaciones, ni para liderazgos que gobiernen desde el ataque. La responsabilidad de lo que viene es enorme, y el margen de error, mÃnimo.