Latinoamérica arde, y no solo por sus altas temperaturas. Este año, los incendios forestales alcanzaron niveles históricos, y dejaron al descubierto una crisis ambiental que ya no admite postergaciones. Según el Servicio de Monitoreo Atmosférico de Copernicus, las emisiones de carbono en la región superaron récords previos, y las consecuencias para los ecosistemas y la salud humana son devastadoras.
El panorama es alarmante: sequías extremas, degradación de la calidad del aire y pérdida de biodiversidad. En Bolivia, las emisiones anuales por incendios forestales han sido las más altas registradas en las últimas décadas, mientras que en el Pantanal brasileño, las 3,3 megatoneladas de carbono liberadas entre mayo y junio marcan un hito desolador. Estas cifras reflejan no solo eventos climáticos extremos, sino también un abandono crónico de políticas ambientales sostenibles.
El servicio Copernicus advirtió que las partículas contaminantes liberadas por los incendios persistieron durante semanas, lo que las convirtió en un problema continental. Esta es una llamada de atención para todos: lo que sucede en un rincón de la Amazonía o el Pantanal no se queda allí; sus repercusiones se sienten desde los Andes hasta el Ártico.
En Ecuador, Venezuela y Brasil, las temporadas de incendios han alcanzado niveles críticos. Han afectado tanto a áreas rurales como a las urbes que sufren la contaminación del aire. La falta de recursos y estrategias para prevenir estos desastres naturales agrava una situación que podría haberse mitigado con mayor inversión en ciencia y conservación. La crisis de los incendios ambientales marcó con creces una época seca en Ecuador que ha tenido que pagar con su vida silvestre el olvido, la ignorancia y la despreocupación de cierto sector de ciudadanos y de dirigentes políticos.
Es ingenuo atribuir esta crisis exclusivamente a fenómenos climáticos. Si bien el cambio climático exacerba la vulnerabilidad de los ecosistemas, nuestra acción (o inacción, según el punto de vista de quien lo observa) alimenta las llamas. La deforestación indiscriminada, el avance de la frontera agrícola y la negligencia estatal son tan responsables como las sequías. En países como Bolivia y Brasil, las políticas que priorizan el desarrollo económico sobre la sostenibilidad perpetúan un ciclo destructivo.
La calidad del aire ha disminuido drásticamente en la región. El servicio Copernicus advirtió que las partículas contaminantes liberadas por los incendios persistieron durante semanas, lo que las convirtió en un problema continental. Esta es una llamada de atención para todos: lo que sucede en un rincón de la Amazonía o el Pantanal no se queda allí; sus repercusiones se sienten desde los Andes hasta el Ártico.
La magnitud de los incendios forestales de este año deja claro que el cambio climático ya no es un desafío futuro; es una crisis presente. Los países latinoamericanos necesitan actuar con urgencia, y adoptar estrategias que combinen la protección ambiental con el desarrollo sostenible. Esto implica fortalecer la vigilancia forestal, destinar más recursos a la prevención de incendios forestales y, sobre todo, frenar la expansión de actividades que destruyen ecosistemas clave.
Latinoamérica está en llamas, tanto físicas como simbólicas. Nos enfrentamos a la devastación ambiental provocada por el cambio climático, pero también al fuego de nuestra indiferencia. Cada hectárea perdida, cada vida afectada por la contaminación, nos acerca más al punto de no retorno. Es hora de actuar con la urgencia que la naturaleza demanda y con la responsabilidad que le debemos a las generaciones futuras.
La crisis ambiental no espera.