La campaña rumbo a la segunda vuelta presidencial del próximo 13 de abril entra en sus últimos dÃas con incertidumbre y un desafÃo central: cómo conquistar a los votantes que aún no se sienten conectados con los discursos polÃticos. La clave está en entender qué mueve al voto joven y al voto nulo o blanco, que juntos podrÃan inclinar la balanza en una elección marcada por la apatÃa y la desconfianza.
El proceso electoral parece avanzar más por inercia que por convicción ciudadana. Las propuestas de los candidatos, tanto en la primera vuelta como ahora, no han logrado romper la barrera de la apatÃa, y en lugar de generar entusiasmo, muchos votantes expresan confusión, desinterés o desconfianza. En este contexto, las encuestas, lejos de aclarar el panorama, parecen aumentar la incertidumbre.
Diversas mediciones publicadas en las últimas semanas muestran un escenario cerrado. Pero el problema va más allá de la estadÃstica: las encuestas han perdido parte de su poder de orientación. Con metodologÃas distintas, muestras pequeñas y escasa transparencia, los resultados son contradictorios y a veces poco confiables.
Más que números, lo que se percibe en la calle es una campaña que no ha logrado emocionar. Los discursos se han centrado más en los ataques personales y en la repetición de promesas genéricas que en ofrecer una visión clara de paÃs. Este lenguaje polÃtico, desvinculado de la realidad cotidiana, resulta lejano para un electorado cada vez más exigente y menos tolerante al oportunismo. Esa desconexión es especialmente profunda entre los más jóvenes, para quienes los partidos tradicionales representan estructuras que no han sabido dar respuesta a sus expectativas. De ahÃ, la apatÃa por la confrontación entre el correÃsmo y sus rivales.
El voto joven emerge como una pieza clave. Según datos del Consejo Nacional Electoral (CNE), más de 2,6 millones de ecuatorianos tienen entre 16 y 29 años. Es un segmento determinante, pero también difÃcil de conquistar. Las redes sociales han sido el principal canal de campaña, pero eso no se traduce automáticamente en voto convencido.
Conquistar ese voto requiere algo más que estrategias digitales. Requiere conectar con los temas que realmente les preocupan: empleo, educación, oportunidades, derechos, medioambiente. La comunicación debe ser directa, clara, honesta. Los jóvenes no quieren ser tratados como un segmento publicitario; esperan ser tomados en serio como ciudadanos que también definen el rumbo del paÃs. Las candidaturas deben abrir espacios de escucha real, de participación activa y de propuesta transformadora.
Otro segmento decisivo es el de quienes votaron nulo o en blanco en la primera vuelta. El primer grupo representó el 6,8% del electorado, según cifras oficiales. El voto blanco fue del 2,16. Su comportamiento será clave en un balotaje tan cerrado. Muchos anularon su voto por desencanto, por falta de opciones claras o como protesta ante un sistema que sienten distante. Para conquistar a este electorado, se necesita honestidad, propuestas viables, voluntad de autocrÃtica y una narrativa que recupere el valor del voto como herramienta de cambio.
La democracia necesita más que mecanismos electorales; requiere convicción ciudadana, debate público sano y proyectos que entusiasmen. A pocos dÃas del 13 de abril, Ecuador sigue esperando una campaña que inspire, que dialogue con la complejidad del paÃs y que le devuelva a la gente la sensación de que su voto puede cambiar algo. Esa sensación, hoy, está debilitada.
La responsabilidad está ahora en quienes aspiran a gobernar. Tienen pocos dÃas para hablar con sinceridad, mostrar firmeza democrática, presentar ideas realizables y, sobre todo, tender la mano a quienes están en el margen de la decisión. Para eso, no basta con buscar la victoria: hay que conquistar legitimidad. Convencer a los jóvenes y a los indecisos no es una tarea de marketing: es una apuesta por el futuro de la democracia ecuatoriana.