Este fin de semana, Estados Unidos está en el ojo del huracán. Este se llama coronavirus y golpea fuerte.
Si bien Florida se ha paralizado por la amenaza de Isaías, uno de los fenómenos atmosféricos tan comunes y cíclicos en esta época, lo que sigue inquietando a esta población del estado sureño -que no es el único afectado por la emergencia sanitaria- es el efecto de la pandemia.
El diario Miami Herald, citando fuentes del Departamento de Salud estatal, cifraba al inicio del fin de semana en 470 000 los casos confirmados de covid-19, con 6 800 fallecidos. Además, advierte que las unidades de cuidados intensivos de los centros hospitalarios están al límite.
La del colapso de los sistemas sanitarios es una historia muy conocida, no solo en ese país sino prácticamente en todo el mundo en donde la enfermedad ha llegado a niveles altos.
A escala nacional, las cifras oficiales publicadas al inicio del fin de semana por las entidades estadounidenses arrojaban 4 495 000 contagios y 152 000 fallecimientos.
Las autoridades hacían énfasis en las personas que superaron el problema: cerca de un millón y medio. Pero la pandemia deja estragos devastadores: el desempleo crece y la última semana las solicitudes de seguro de desempleo subieron de modo significativo. Mientras tanto, la economía se hace agua, al punto que el Congreso estudia nuevas ayudas.
Junio fue un mes alentador pero supuso un espejismo. El producto interno bruto norteamericano experimenta una caída histórica del 9%. Claro que, comparado con Europa, es un dato de menor envergadura.
Pero la realidad es que el Gobierno de Trump, más allá de las batallas por la actitud histriónica de su líder, venía manejando la economía con cifras de crecimiento. Claro, todo eso antes de la pandemia que deja tierra arrasada y con aquel impacto social señalado del desempleo.
A Trump el huracán le llegaría por el lado electoral; plantea aplazar el comicio pero la oposición argumenta que se afectaría la democracia. Es probable que noviembre no sea favorable para la reelección.