Los bombardeos a yihadistas y l a idea de impedir el califato ponen a la potencia de nuevo en guerra.
Estasemana, el Presidente de Estados Unidos ordenó bombardeos selectivos en posiciones tomadas por los sunitas radicales, donde los intereses norteamericanos están en riesgo.
La decisión es, además, apoyar a las fuerzas iraquíes exiguas y devastadas por la larga guerra contra las potencias para derrotar al tirano Saddam Hussein.
Llevado por el falso pretexto de la existencia de plantas químicas y a nombre de la seguridad continental y mundial, el expresidente George Walker Bush embarcó a su país en una guerra sangrienta y una larga ocupación que le costó miles de muertos y varios millones de dólares.
Salir de allí le tomó a Barack Obama tensiones internas y un camino de retorno de tropas espinoso y doloroso.
Desde la Primavera Árabe, la caída de Libia y la guerra civil siria, Obama se ha negado a la intervención militar. Pero la ofensiva diplomática y la presión comercial no han sido suficientes.
La proclamación del califato, los ataques de la nueva Yihad a ciudades de Iraq y Siria han sido motivo de presiones internas en EE.UU., que son difíciles de sortear. Partidarios demócratas están en contra de una nueva invasión; otros, duros republicanos critican su indiferencia. En el medio, muchas voces disímiles.
Esta semana, Obama tomó la iniciativa. Los sunitas avanzan con la meta de internacionalizar el conflicto y construir el califato en países como Turquía, Kuwait, Jordania e incluso Israel.
Así, EE.UU. entra de nuevo en el complejo tablero de la guerra.