Apenas cerrábamos las heridas que dejan honda huella y que solo el paso del tiempo restaña y las réplicas nos devuelven a una indispensable reflexión.
661 muertes y miles de ecuatorianos damnificados, destrucción y devastación y el inicio de un lento levantarse eran parte de lo que los terremotos que afectaron Manabí, Esmeraldas y otras provincias dejaron.
La madrugada de ayer un fuerte temblor de 6.7 grados en la escala Richter, una reanimación de las réplicas contínuas y otro movimiento telúrico de 6.8 al medio día nos volvieron a recrear las duras imágenes del cercano 16 de abril.
Esta vez una persona murió de infarto y 85 quedaron heridas, pero la memoria todavía viva trajo a la mente el miedo a la repetición de la tragedia reciente.
Los científicos se han cuidado en explicar que no se trata de un nuevo sismo sino de una cadena reciente de réplicas que nunca cejaron aunque si bajaron temporalmente su continuidad.
Las autoridades políticas nos hablan de, al menos, dos meses de posibles episodios similares. La precaución obliga con buen criterio a suspender espectáculos públicos y concentraciones humanas para evitar sustos colectivos.
Pero esta repetición debe ser la alerta oportuna para no olvidar que vivimos en tierra de sismos y volcanes, de fenómenos naturales que pueden causar daños a los bienes y las personas .
A reforzar estructuras, extremar cuidados y volcar otra vez la mano solidaria por nuestros hermanos.