La operación militar dio a tierra con un avión ruso SU-24. La nave cayó en territorio sirio y fue derribada por un misil disparado desde un avión F- 16 de Turquía.
A la espera de que se esclarezcan con precisión los detalles del ataque, puesto que Rusia sostiene que no se invadió espacio aéreo turco, es obvio que la situación es harto comprometida.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, reaccionó duramente. El líder ruso consideró que la acción de Turquía es una puñalada en la espalda y la calificó como una señal que muestra la complicidad con el terrorista Estado Islámico (EI).
Rusia se halla en operaciones militares de bombardeo a las posiciones del EI, que se tomó por la fuerza poblados y campos petroleros en Siria. Putin optó por defender al régimen de su aliado Bashar al Assad contra el grupo terrorista. Siria vive una guerra civil que ya se ha cobrado más de 250 000 muertes.
La decisión bélica de Rusia fue seguida por ataques puntuales de Estados Unidos y Francia, ambos países en acciones combinadas y más sostenidos, especialmente después de los atentados terroristas en París que el EI ha reivindicado.
Pero el tema es muy complejo. Turquía tiene a miles de refugiados sirios en su territorio y es una potencia en la zona y seguramente no verá nada bien que se le califique como cómplice del EI.
En un mapa en exceso conflictivo, con visiones cruzadas y fundamentalismos religiosos, las grandes potencias juegan su ajedrez sobre un tablero manchado de sangre. La paz mundial está amenazada.