La seguridad en la frontera entre Ecuador y Colombia es un tema de fondo que merece delicado y atento tratamiento.
Los últimos sucesos de San Lorenzo han disparado alertas –aquellas advertidas desde hace años– sobre los aspectos de seguridad que atañen a los dos países, pero con especial énfasis en las poblaciones de las zonas fronterizas.
Ecuador y Colombia tienen una amplia frontera. Selva espesa en la Amazonia, ceja de montaña, cumbres andinas y costa con exuberante vegetación y ríos correntosos. La topografía rugosa y la naturaleza feraz añaden complejidades para patrullajes y control fronterizo.
Varios aspectos de orden público nos aquejan. El más potente acaso es el de los carteles de la droga que operan en ambos lados de la frontera. El crimen organizado hace presa de pequeños poblados y atemoriza a los campesinos. Además, fluye el contrabando, también por las dificultades de control, y un problema adicional ha sido durante años el asunto humanitario, de modo más intenso cuando el conflicto interno de Colombia obligaba a desplazamientos.
El reciente acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC dejó disidentes armados que también influyen en la zona.
El primer acto terrorista en territorio ecuatoriano, el de San Lorenzo, merece un tratamiento adecuado y una vigilancia redoblada.
La seguridad debe ser una política prioritaria cuando se trate de diálogo y cooperación binacional.
La cita de Pereira no es una más, es clave para ambos países.