El nuevo acuerdo de paz entre el gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC todavía no se conoce en detalle.
La revisión de los temas que más repudio causaron a quienes rechazaron la propuesta plebiscitaria y que bloquearon la concreción de los acuerdos de paz suscritos en Cartagena, marcaron la agenda reciente.
Llama la atención que tales dificultades, que polarizaron a Colombia, se hayan superado de forma expedita en estas tres semanas de negociación.
Cabe advertir el contenido y la reacción de los sectores opuestos entre los que su máximo líder, el ex presidente Álvaro Uribe, tendrá mucho que decir. Uribe se reunió con Juan Manuel Santos. Su postura pudiera ser decidora.
Luego de las reuniones del sábado en La Habana, los portavoces de las FARC dijeron que habían cedido hasta los límites de lo razonable y aceptable.
Lo que no es sensato es que un país siga en esta guerra civil de más 50 años, con 260 000 muertos y siete millones de desplazados.
Tampoco eran aceptables, según la votación de una mayoría de colombianos, las concesiones a las FARC. Aunque es verdad que para un acuerdo siempre hay que hacer cesiones, muchas de ellas dolorosas.
La premura de este nuevo acuerdo no debiera dejar cabos sueltos ni causar daños futuros. Tampoco valdría la pena si solamente se tiene en mente la agenda de Santos o intereses políticos de las partes, menos importantes que el bien invalorable de la paz duradera.