El rostro complicado de las políticas públicas realistas empieza a mostrarse en el anuncio de la baja del 46% de los subsidios.
Es un tema que concitó debates conceptuales arduos. Muchos de los analistas más ortodoxos han clamado durante varios años por una política de eliminación paulatina de subsidios o, al menos, de focalización de este rubro de gasto gigante, para los que más lo requieran.
Un ejemplo es el del subsidio al gas, cuyo precio es un regalo incluso para la población que puede pagar sin problemas.
El Presupuesto del 2016, después de la desproporción del presentado para el ejercicio fiscal 2015 y que obligó a recortes forzosos ante la crisis de los precios del petróleo, trae el achicamiento del gasto. Los rubros de recortes, a grandes rasgos, están en temas como el de los combustibles que importamos, que además bajarán por la propia incidencia de la baja del precio del crudo. Pero el subsidio para la industria se elimina.
Otro aspecto grueso es el atinente al pago por jubilaciones del IESS, donde la discrecionalidad que buscó el Gobierno en la reforma le dio el instrumento.
También se decidió la eliminación de subsidio al transporte interprovincial, tras el incremento de tarifas represadas por años. Esa novedad suscitó una cita de los dirigentes de los choferes con el Presidente ayer mismo.
Los ajustes duelen cuando llegan de golpe, aunque se consideren indispensables. Hubiesen sido menos dolorosos si el gasto público y la deuda se manejaban de forma más austera.