El 8 de marzo no es una fecha más, y ayer eso quedó claro. El Día de la Mujer, en el mundo y con particular mirada en el Ecuador, simboliza y expresa cambios.
Unos cambios que han llegado a nuestra sociedad frente a taras culturales y sociales, como la lacra del machismo endémico, al igual que muchos aspectos que pasan por tradiciones y atavismos incluso de orden religioso.
Hoy la mujer se expresa en voz alta, recuerda los rigores de la violencia, el femicidio y el maltrato, pero también muestra el orgullo de su inclusión cada vez mayor en una sociedad que la discriminó y dejó a un lado históricamente. Desde la palabra de Matilde Hidalgo de Prócel, para exigir el voto en las urnas, hasta la presencia de mujeres en cargos directivos, gerenciales y políticos de alto rango, mucha agua ha corrido bajo el puente.
Pero es verdad también que en temas como los derechos sexuales y reproductivos todavía no avanzamos lo suficiente. Y no se trata solo de escribir legislación contemporánea con leyes que luego no se cumplen, sino en especial de cambiar costumbres y actitudes.
En los estratos más pobres, la mujer todavía es relegada en escuelas y colegios y deja sus estudios, si bien es verdad que en las universidades ha crecido la tasa de matriculación femenina. Todavía hay rezagos en torno a ingresos y acceso al trabajo con equidad. Ayer las mujeres ecuatorianas dejaron oír su voz: no solo esperan conmemoraciones sino reconocimiento y resultados.