Una sorpresa dio al mundo el Presidente de los Estados Unidos. La cita con Kim Jong-un es un hito clave.
Aunque el camino de la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y la potencia nuclear de Lejano Oriente sea todavía largo, el primer paso es positivo.
Donald Trump y Kim Jong-un estrecharon sus manos. No solamente eso. Trump cruzó la línea que separa a ambas Coreas desde el lejano 1953.
Ambos líderes habían iniciado conversaciones para bajar las tensiones diplomáticas pero la situación se enfrió tras el encuentro en Vietnam.
Buena parte del mundo espera que este nuevo encuentro trace un camino serio de negociaciones. Un precedente clave es el acompañamiento que pudiera dar Corea del Sur.
Su Presidente, Moon Jaen-in, ha ofrecido todo el apoyo del caso.
Una guerra cruenta de tres años mantuvieron los coreanos. Una facción apoyada por La República Popular China y la Unión Soviética y otra, por Estados Unidos, firmaron un armisticio el 27 de julio de 1953. Una frontera fuertemente armada, una zona despejada -desmilitarizada- de 4 kilómetros a partir del paralelo 38 y un río emblemático que separa a ambos estados, han sido motivo de largas tensiones de todo tipo en los últimos 66 años.
Corea del Sur es uno de los países que alcanzó un desarrollo económico admirable con apoyo del capitalismo y se encuentra a la vanguardia en tecnología, construcción de barcos y de la industria automotriz. Hay democracia y alto grado de educación.
Corea del Norte mantuvo un esquema rígido, dinástico, con el abuelo y el padre del actual presidente que heredaron el poder por la vía del Partido de los Trabajadores.
El poder nuclear de Corea del Norte se tiene como amenaza para otros países en la zona, especialmente Corea del Sur y Japón. Las pruebas nucleares han sido fuente de tensión. Un desarme nuclear es indispensable. La oportunidad que se abre con la visita de Trump es inmejorable.
Ambas Coreas tienen temas pendientes, familias separadas y una historia jalonada por la desconfianza.