El anuncio de un acuerdo entre los presidentes de Estados Unidos y Cuba, para iniciar diálogos con el fin de restablecer las relaciones diplomáticas, supone un cambio radical en la política exterior estadounidense y crea expectativas sobre los efectos que pudiera generar esta apertura en las relaciones hemisféricas y mundiales.
Aparte de las excepciones de siempre, generadas en posiciones históricas, la mayoría de voces ha sido de satisfacción ante el anuncio. El hecho de que la Casa Blanca eche al trasto una política de 51 años hacia Cuba -que Barack Obama considera obsoleta y destinada al fracaso- es una señal de lo que bien pudiera ser el inicio de un cambio paradigmático.
Desde luego, el camino será largo y sobre todo demandará crear un clima de confianza ausente hasta hace poco, pero que empieza a cimentarse con decisiones como el canje de prisioneros motivada por el propio papa Francisco.
Las conversaciones empezaron hace meses en Canadá y se concretarán cuando se abran embajadas en los dos países. Por lo pronto, se han anunciado medidas de confianza comola flexibilización de las restricciones a los viajes y el comercio entre Cuba y Estados Unidos, así como al envío de remesas que se envían desde ese país a la isla.
No escapa que el anuncio llega en un contexto en el cual Obama pulsea nuevamente por el liderazgo mundial frente a una Rusia debilitada económicamente, y en un contexto regional en el cual las diversas corrientes de la izquierda experimentan algunos reveses.