La naturaleza desató su furia contra Alluriquín, poblado de paso en la vía más importante: la Alóag-Santo Domingo. El cantón había sido declarado de alto riesgo hace un año pero no hubo acciones.
Mientras estábamos con la mente y el sentimiento puestos en Manabí, Esmeraldas y demás zonas afectadas por el sismo del 16 de abril, de la ceja de montaña cordillerana bajó un torrente.
A su paso el agua arrasó con bienes de todo tipo y bloqueó una vez más -por enésima vez- el paso de la arteria por donde circulan más alimentos, bienes y personas entre la Sierra y la Costa.
Es un aviso para no dejar de lado los otros temas recurrentes en país de tan bellos paisajes pero tan agreste topografía. Todavía no termina el efecto del fenómeno de El Niño y la temporada invernal sigue su curso, sin conocer sobre terremotos y otras tragedias.
El invierno, que castiga con particular saña las estribaciones de la cordillera, nos vuelve a la reflexión de esa gran obra que nadie empezó: la construcción de una autopista que una Quito y Guayaquil atravesando por largos túneles para evitar un trazado que colapsa inexorablemente cada año, causando destrucción, bloqueo y muerte.
Esta vez Alluriquín está destruida parcialmente, la vía otra vez se ve bloqueada, y el Presidente, que llegó presto a la zona, recordó que hace un año la ruta permaneció cerrada por un mes.
El invierno no cesa y castiga también a Esmeraldas nuevamente, cuando los ecos del sismo siguen vivos.