El cambio de matriz productiva que alienta el Gobierno requiere de referentes. Varios factores del salto que dio Seúl resultan interesantes.
Paciencia y constancia. Dos secretos de un trabajo serio que convirtió a Corea del Sur en pocos años en uno de los tigres asiáticos. Tras la invasión de Japón y el conflicto con Corea del Norte, que dividió a la nación al compás de la Guerra Fría, Corea del Sur muestra hoy sorprendentes resultados. Metas claras y planificación llevaron a la nación asiática a convertirse en un país de creciente influencia, no solo en la región próxima, sino en todo el planeta.
Una economía libre, abierta, una sincera asociación público-privada impulsada desde el Estado, pero con un innegable matiz capitalista acompañan décadas de crecimiento y desarrollo.
Una base de solidez: la educación como piedra angular y la consideración de los maestros como puntales de la calidad buscada.
Otro tema: tener claros los aspectos que había que potenciar: tecnología, telecomunicaciones, industria química e hidrocarburos, grandes astilleros e industria automotriz.
El ingreso per cápita subió de USD 155 en la década de los sesenta a los USD 21 000 anuales, lo cual lo pone en situación envidiable. Corea del Sur nunca perdió de vista a un aliado estratégico, Estados Unidos; le vendió productos y construyó relaciones políticas sólidas.
De los estudios de Senplades sobre ese país quizá sea bueno potenciar esa apertura de miras, apostar por la inversión extranjera y abrir horizontes hacia los grandes mercados del Pacífico. Surcorea es un referente importante.