La diplomacia de los foros y discursos grandilocuentes se ha instalado como forma de mostrar la fortaleza de las relaciones bilaterales.
Convenios, acuerdos petroleros, intercambio comercial, forman parte de la sinergia propia de los tiempos globalizados y a eso nunca hay que temerle.
Tampoco es nueva la historia común que labraron los pueblos de Ecuador y Venezuela, tan legítima como fecunda en las luchas por la emancipación de la corona europea, pero tan distinta de la retórica que de manera coyuntural y acomodaticia y hoy se quiere proyectar.
Simón Bolívar, qué duda cabe, para los pueblos de Venezuela y Ecuador es un ícono y su figura se admira y respeta en su profundo valor histórico, se entiende en su dimensión humana y se proyecta en la construcción de días mejores.
Pero la apropiación indebida de la idea de Bolívar, el uso abusivo de su figura y la de otros prohombres de la construcción republicana es una práctica reprochable.
Ni Bolívar fue socialista ni quiso instaurar una dictadura del proletariado ni sus causas fueron comunes a los pensamientos de Carlos Marx que por esa época incubaban en Europa.
La figura de Bolívar ha sufrido una metamorfosis manipulada por la propaganda y su mala utilización es tan perversa como atrabiliaria.
Que Ecuador y Venezuela se hermanen en proyectos, que sus gobiernos firmen alianzas de beneficio para ambos pueblos, que compartan ideales de integración, está muy bien.
De allí a querer forzar estrategias continentales o planetarias para menoscabar principios fundamentales como la libertad de pensamiento y expresión hay mucha distancia.
Forjar liderazgos continentales tutelados tampoco es admisible, más allá de la voluntad de los caudillos.