Mahmud Ahmadinejad vuelve al Ecuador. Su visita se inscribe dentro de un periplo que lo lleva antes a Venezuela, Nicaragua y Cuba, países de la Alba que le han mostrado simpatía.
Irán genera tensión en Oriente Próximo. Realiza maniobras militares con misiles y amenaza con bloquear el estrecho de Ormuz, por donde pasa gran cantidad de la producción petrolera mundial.
Estados Unidos aplica presiones sobre sus finanzas, ya de suyo aisladas de la comunidad mundial. Portavoces de EE.UU. no ven este como un buen momento para la gira. Ahmadinejad reacciona, dice que es “la voluntad del Régimen de la dominación de intervenir en otros países”.
Irán tiene proyectos nucleares desde 1950. La comunidad mundial sospecha y ve riesgos de seguridad mundial. Se sostiene en el país persa que se trata de fines científicos. Pero los discursos de sus dirigentes contra Occidente son elocuentes y su animadversión a Israel raya en lo inaceptable. Tras la presión norteamericana y las advertencias de la ONU vendrán sanciones europeas. China disminuye sus compras petroleras.
Chávez ha viajado nueve veces a Irán. Ahmadinejad vino a la posesión de Rafael Correa y han llegado al país su Vicepresidente y el Ministro de Economía. Correa fue a Irán; han firmado acuerdos y han pronunciado discursos. Los lazos comerciales son incipientes: apenas USD 12 000 compró Ecuador a Irán en el mejor año (2010). Las ventas de Ecuador en 2011 no llegaron a USD 1 millón.
Más allá del derecho de un Gobierno a recibir a quien considere y de que este no es un buen momento para unas relaciones con un aliado peligroso en un mapa geopolítico ciertamente complejo, es necesario preguntarse por la utilidad de esta relación para el Ecuador.