El Litoral ecuatoriano sufre una agresiva temporada invernal. Varios sitios están anegados.
El invierno en la zona tórrida del planeta significa tiempo de fuertes precipitaciones. No tiene la connotación del frío extremo sino de agua que no para de caer. La calidad de las obras y la prevención se ponen a prueba.
Manabí es el escenario geográfico donde se ha producido la mayor cantidad de aguaceros fuertes esta vez. Es una provincia que todavía no olvida la tragedia de los terremotos: allí se ha luchado para superar el dolor, levantar las casas, llevar el destino con un rictus de resignación. Hoy llega el invierno.
Hay casas destruidas. Albergues que eran escuelas están anegados. Las poblaciones han tenido apenas tregua.
También el invierno golpea con rigor a algunas poblaciones de las provincias de Santa Elena y Guayas.
Los cauces de los ríos se desbordan y se llevan, por los cauces que están secos en verano, los restos de casitas improvisadas, aquellas que se tomaban sin títulos de propiedad en el secano.
La idea del invierno, que por lo demás es ancestral y cíclica, no ha calado al punto de generar políticas de Estado acompañadas de grandes estrategias que permitan encauzar los ríos, construir presas y diques -no al menos en número suficiente- para embalsar los inmensos caudales que bajan de la montaña cordillerana y que fluyen con fuerza y estrépito en busca de su desfogue natural en las aguas del mar. El invierno deja una vez más su huella.