La crisis humanitaria que viven los haitianos entrampados en la frontera entre Ecuador y Colombia, así como los cubanos en Turbo, es otro drama de los tiempos.
Los desplazados por las guerras y el hambre en varios continentes han mostrado en los últimos años su cara desgarradora. Miles d e personas se lanzan al mar Mediterráneo en unas lanchas que pueden naufragar – ya ha ocurrido-. El fantasma de la muerte para ellos no es peor que el de la violencia y la falta de trabajo y alimentos. Africanos del norte, árabes de distintos países huyen de la pobreza y de guerras civiles como la de Siria, aquejada por el terrorismo integrista del Estado Islámico.
Aquellos que alcanzan la orilla se encuentran con una Europa aterrada que cierra sus puertas y, salvo excepciones como las de Alemania, el horizonte termina en rejas, muros, guardias.
Para un puñado de haitianos sin papeles un frío rincón en el puente del río Rumichaca se ha convertido en una morada miserable y no se sabe qué tan temporal. Los sacaron de Colombia hacia Ecuador, donde no pueden entrar. Están en tierra de nadie, abandonados de la mano de Dios y de los hombres.
Otro grupo de cubanos detuvo su marcha en Turbo, Colombia, y ahora temen ser deportados a Ecuador, desde donde ya se ha enviado repatriados a la isla de Cuba a varios de sus compatriotas que aspiraban a quedarse en el país.
Los sin papeles soñaron algún día en las proclamas de una ciudadanía universal. La realidad es muy distinta.