Ha sido calificada como la mayor filtración informática de la historia, y de hecho la divulgación de algunos de los 251 287 mensajes del Departamento de Estado de Estados Unidos sobre la política exterior de ese país no tiene precedentes.
Los documentos fueron puestos a disposición de cinco diarios por Wikileaks, que vulneró el sistema montado a raíz del 11 de septiembre de 2001 para superar errores de coordinación entre los servicios de inteligencia. Por lo visto, el nuevo sistema tampoco es seguro.
Una de las primeras consecuencias es metodológica: Washington pidió una revisión inmediata de sus sistemas de comunicación. La otra, y más importante, abre un debate ético de dos lados: ¿es lícito filtrar informes anónimos con contenido sensible, manteniendo el anonimato de sus contribuyentes, como hace Wikileaks? ¿Y es lícito intervenir en los asuntos internos de un país?
Quienes publicaron la información, como El País de Madrid, defienden que han expuesto los mecanismos, las fuentes, las debilidades y las obsesiones de la diplomacia estadounidense, y que la publicación facilita al ciudadano común la comprensión del modo en que se desarrolla “el lado oscuro de las relaciones internacionales”.
La secretaria de Estado, Hillary Clinton, consideró que la revelación de los documentos -la mayoría relacionada con hechos de los últimos dos años- no son solo una amenaza para su país sino para personas que han dedicado su vida a proteger a los demás. Para Clinton, es de buena fe manejar información política sensible en bien de la paz mundial.
Varios gobiernos afectados creen, en cambio, que se ha vulnerado incluso la soberanía. Sobre Ecuador hay 1 621 documentos y las autoridades esperarán antes de opinar frente a este gran sacudón fruto del desarrollo tecnológico.