El domingo fue, quizá, uno de los días más difíciles para la presidenta Dilma Rousseff. El más difícil en su nuevo mandato.
Multitudes en las ciudades más importantes de todo Brasil dieron al poder político un mensaje claro: la gente se cansó de la corrupción. El Gobierno cuenta entre sus pasivos el descontento popular.
La mecha la enciende, en esta nueva etapa de protesta social, el escándalo por los pagos a políticos y a partidos (tanto del Gobierno como de la oposición) de millonarios favores con fondos que salieron de las arcas de Petrobras.
Los dineros salían en tiempos de bonanza petrolera y la coincidencia maldita para la Presidenta actual es que ella encabezaba la junta administrativa de la empresa estatal petrolera en tiempos de Lula da Silva, su antecesor y compañero de tienda política, el Partido de los Trabajadores. El PT acaba de iniciar su cuarto mandato (dos de Lula, antes).
Rouseff pagó antes el desgaste del ‘mensalao’ -sobresueldos millonarios en tiempos de Lula- y las protestas callejeras de los ‘rolezhinos’, cuando miles de personas agitaron las calles por el despilfarro del Mundial de Fútbol.
Esta vez más de un millón protestaron solo en Sao Paulo. Río de Janeiro vio desfilar a otra gran multitud y lo propio ocurrió en la capital, Brasilia.
La protesta no es contra Dilma solamente sino contra las prácticas políticas de la corrupción. Pero ella está al frente del poder, pertenece al partido que propició los escándalos y sobre el que la justicia habrá de actuar. La calle ya habló.