El Ecuador afronta de nuevo, como no sucedía desde hace algunos años, el fenómeno de un poder Legislativo atomizado y sin mayorías hegemónicas.
Es lo natural, máxime si, como sucedió en las elecciones de febrero, los ecuatorianos votaron por la dispersión y no hay ninguna fuerza mayoritaria que obtenga por sí misma la mayoría absoluta requerida.
En la reunión de la Asamblea de ayer falló un primer acuerdo entre Unes, el Partido Social Cristiano y el oficialista Creo. Al abstenerse este último de votar por la candidatura de Henry Kronfle, propuesta por el PSC, los votos llegaron a 68. La norma dice que se requieren 70 votos, de un total de 137 parlamentarios.
Los acuerdos supuestamente alcanzados fallaron, el partido de Guillermo Lasso no plegó a la suma de votos y todo fracasó. Estos acuerdos fueron precedidos de severas críticas que señalaban que si se ponía como condición una amnistía, un pacto para tratar de desestabilizar a la Fiscalía o a la Corte de Justicia o formar una comisión de la verdad, el acuerdo no guardaba formas éticas.
No es aceptable que el poder Legislativo intente interferir en la acción de un poder judicial que debe tener independencia, después de la turbia experiencia política del despropósito de ‘meterle las manos a la justicia’.
Luego del fracaso de la candidatura del PSC llegó un primer receso legislativo. Una vez reanudada la sesión se lanzaron dos candidaturas más sin respaldo suficiente: las de Salvador Quishpe y Rina Campain, de Pachakutik y Creo, respectivamente.
El país debe acostumbrarse a que los acuerdos legislativos son importantes y que la sinergia entre Legislativo y Ejecutivo debe fluir y ser respetuosa. La discrepancia civilizada es la manera transparente de hacer política, pero los entendimientos importan y son fundamentales.
Vivir en democracia -luego de dejar atrás un tiempo de autoritarismo- requiere hacer cultura de madurez y debate de ideas para que el nuevo Ejecutivo cuente con un factor de gobernabilidad indispensable. El acuerdo tiene que partir de la realidad pero no destruir la credibilidad.