Para dejar un día el auto en la casa y caminar o soportar el maltrato en los buses públicos, sobre todo, hay que tener actitud solidaria y ciudadana. El respeto al ambiente y a la urbe debería primar sobre la comodidad individual. Quito está saturada de carros (415 000) y las desenfrenadas quejas ciudadanas por los embotellamientos y por la contaminación son de todos los días.
Pero, ¿quién está dispuesto a despojarse por un día de la comodidad de ir sobre cuatro ruedas desde su lugar de partida hasta su destino? La respuesta se evidenció en las calles el pasado miércoles. Se celebraba el Día sin Auto y avenidas como la Necochea, Maldonado, Mariscal Sucre y De la Prensa estuvieron congestionadas, como siempre. El llamado tuvo poca convocatoria.
Al habitante quiteño le falta sensibilidad y actitud proactiva para apoyar iniciativas dirigidas a solucionar el problema de movilidad en la urbe.
La magnitud del problema demanda la participación de todos los actores, incluidas las autoridades, quienes más allá de liderar las campañas, deben garantizar que la ciudad tenga la infraestructura y el equipamiento necesarios para la seguridad del peatón.
Hay esquinas donde los pasos cebra están despintados y otras donde nunca se los trazó. Un escenario así no es amable para una persona que deje su auto en casa, pero eso no quita responsabilidad a quien se niega a contribuir, al menos por unas horas, a frenar el consumo de gasolina.
Se volvió costumbre usar el carro hasta para ir a la panadería, a una cuadra del domicilio. Y, si seguimos así, nuestros hijos heredarán un ambiente contaminado y tenso.
La indiferencia ciudadana puede ser la principal traba para el cambio.