La jornada de protesta efectuada el jueves en varias ciudades del país deja lecciones y amerita reflexiones profundas.
Miles de ecuatorianos salieron a las calles para mostrar su inconformidad con distintos factores del acontecer nacional.
La jornada, salvo dos hechos aislados cuestionables de violencia, se desarrolló en forma pacífica. El fin no tuvo un propósito político en especial, aunque el común denominador era la inconformidad con el Gobierno.
El Régimen, en el poder durante ocho largos años, diseñó un modelo de concentración exagerado que lo hace responsable de todos los acontecimientos del espectro nacional, no solo de las acciones del Ejecutivo sino de la política en una Asamblea cuya mayoría controla, una justicia a la que buscó meterle mano, un Consejo Electoral que se supone cercano al movimiento oficial y una Función de Participación Ciudadana que no ha logrado mostrar su independencia ni servir a la ciudadanía diversa.
No resulta raro que las razones se juntaran; entre otras, cuestionamientos a la visión oficial de la reforma laboral, preocupación por el impacto de las salvaguardias, descontento de médicos y de maestros, molestia de los indígenas, hartazgo en temas de derechos humanos y de libertad de expresión.
A los sectores sociales y populares se juntaron capas medias.
El Gobierno minimiza el número de manifestantes, replica, pero seguramente es consciente de que algo ha cambiado y que cabe un análisis profundo.