Era de esperarse. Un caos de orden público e inestabilidad como el provocado con la sublevación policial del 30 de septiembre genera desconcierto en distintos espacios de la convivencia social. Muy notorio fue en el tránsito de Quito.
En las horas de la revuelta y los días posteriores, la situación fue anormal. Sin embargo a 17 días del triste episodio las aguas no vuelven a su cauce.
Los controles de la restricción vehicular bajaron considerablemente. Eso se refleja en el número de infractores detectados.
La Policía, protagonista de la insubordinación, no ha retomado ni con el vigor ni con el número de uniformados requerido los controles para que el Pico y Placa funcione. La inestabilidad institucional, los pases de policías a otras plazas del país, los gendarmes enjuiciados y detenidos restan considerablemente el número de efectivos en tareas tan importantes como el tránsito. Además la ciudadanía perdió confianza en la policía, se advierte un resentimiento y recelo.
Como si esto fuera poco el cabildo capitalino no ha emprendido en ninguno de los planes anunciados. Hay que hacer grandes obras físicas, hay que mejorar el transporte público y generar condiciones para sustentar la circulación sin que se vuelva un caos, más grande que aquel de antes de la puesta en práctica del Pico y Placa.
La apertura del corredor del sur, una obra muerta cuyo uso fue postergado desde la administración anterior se anuncia para los próximos días.
También está pendiente la ejecución de la competencia de Tránsito que anunció el Alcalde Barrera en Ecuadorario.
Cuando crisis como la del 30-S desnudan debilidades, más urgentes se vuelven las soluciones de fondo.