Uno de los rostros de la crisis se refleja en los datos del desempleo y el subempleo, con fuerza entre los más jóvenes.
Los datos saltan a la vista. Cuatro de cada diez desempleados en el Ecuador son jóvenes. Según la cifra oficial del Instituto Ecuatoriano de Estadísticas y Censos (INEC), en el grupo etario comprendido entre los 15 y los 24 años los desempleados son el 38,9%. En el subempleo están el 20.9% de los jóvenes. Aquellos que cuentan con el empleo adecuado, según las últimas convenciones y denominaciones oficiales, son apenas el 9,2% de la población.
Esta es una foto contundente y decidora del estado de cosas, frente a la ilusión de un gran cambio y promesas de futuro para los más jóvenes.
El contraste es mayor y la frustración sale más a flote por cuanto muchos de estos jóvenes pertenecen a un grupo que está mejor preparado que ayer.
Es verdad que se entregaron recursos para becas, títulos universitarios, maestrías y doctorados, muchos en el exterior, pero la realidad golpea en el rostro de miles de muchachos que exhiben orgullosos sus títulos, fruto del esfuerzo personal y muchas veces del sacrificio familiar, y luego recorren en busca de un empleo que no hay.
A muchos la frustración les puede llevar al quemeimportismo o a la depresión. Otros tienen que hacer trabajos para los que no se prepararon, o están capacitados en especializaciones que no se pueden ejercer. Tal es el problema que es urgente enfrentar.