El triunfo de Ecuador ante Venezuela deja a la Selección de Ecuador a las puertas del Mundial de fútbol del 2026. Es un soplo de aliento y de enorme satisfacción ver cómo aquellos jóvenes que tienen el privilegio de vestir la Tricolor tienen un objetivo común y que representan al país con una madurez que sería deseable ver en otros campos de la vida nacional.
No es posible llenarnos de arrogancia y decir que la Selección ecuatoriana está clasificada al Mundial, pero está bien encaminada. Y eso es, en el fondo, lo que importa: tener un objetivo y orientarse colectivamente hacia su consecución.
Es la virtud del deporte cuando se une a la idea de lo nacional: los intereses son comunes. Y eso es algo que podría pensarse para la política nacional. Es cierto que cada agrupación política tiene su visión de mundo y, por tanto, se revelan las tensiones por los intereses que representa. Sin embargo, debe prevalecer, por sobre todas las ideologías, visiones del mundo e intereses, el bien común.
El país se alista para unas elecciones presidenciales que representan dos modelos diametralmente opuestos. El debate del domingo 23 de marzo será la muestra de esas diferencias y los ecuatorianos deberán elegir la opción que mejor les parezca para regir los destinos del país en los próximos cuatro años.
Es cierto que cada agrupación política tiene su visión de mundo y, por tanto, se revelan en las tensiones por los intereses que representa. Sin embargo, debe sobresalir por sobre todas las ideologías, visiones del mundo e intereses, el bien común.
El panorama actual de la política nacional no nos ayuda a pensar en esos futuros promisorios. No solo es la crisis económica y social. Es, además, un problema moral. Si la política es también el ejercicio del disenso, por lo menos se debe llegar a unos acuerdos mínimos. Pero, sobre todo, hay que saber respetar esos acuerdos.
No obstante, el país está sumamente fragmentado. Es algo que se revela no solamente en la campaña electoral, sino en las prácticas políticas del ejercicio del poder. Las disputas entre el Gobierno central y los gobiernos autónomos descentralizados entorpecen más la ejecución de políticas públicas que favorezcan a la población. Y eso, a la vez, entorpece y desalienta cualquier sueño de un futuro próspero.
El problema es que esto se repite en la población: siempre se busca un culpable y este es siempre el otro, el rival. Pero en este caso, el rival no es una camiseta de otro país, sino que se encuentra casa adentro.
Es algo que preocupa y que deberíamos aprender de esos jóvenes, provenientes mayormente de los sectores más vulnerables del país. Cuando juegan con la camiseta amarilla de la Selección, saben que todo un país tiene un objetivo común. Aunque sean campos muy distintos, bien podría aprender algo la política del deporte.