Cuando las cenizas del comandante de la revolución y ex Presidente del Consejo de Estado y de Ministros lleguen al cementerio de la suroriental ciudad de Santiago de Cuba, la isla cerrará una etapa de su historia y empezará a mirar hacia un nuevo derrotero.
Cuba sin Fidel Castro, una idea que muchos esperaban desde los años 60 y que hubo de alimentar durante 47 años de gobierno y una década más de influencia de su polémica figura.
Cuba sin Castro, una idea impensable para sus millones de seguidores y para la nomenclatura de un partido que dominó con mano férrea, desde el lejano enero de 1959, cuando los guerrilleros derrotaron al tirano Fulgencio Batista.
La potencia del personaje fue tal que nadie permaneció indiferente en Cuba, en el numeroso exilio de Miami y, se diría en todos los países de América Latina donde su influencia animó un debate irrepetible y jamás visto.
Gigante personaje, admirable y venerable para sus seguidores cubanos y latinoamericanos y símbolo del comunismo, la exportación de la revolución con las metástasis de la guerrilla en varios países y su modelo educativo y de salud y su defensa de la soberanía en un pulseo largo con Estados Unidos que apenas parece acabar.
Tirano, dictador, persecutor de la disidencia y promotor de un modelo que liquidó las libertades. Ambas facetas son la cara y cruz del caudillo comunista. Su influencia seguirá presente y su revolución acaso terminará en un cambio de sistema. Está por verse.