La declaratoria de la emergencia de salud a través de un decreto oficial y la imprudencia en hacer anuncios desde el Cabildo mostraron flaquezas.
El país afronta con todos los recursos médicos disponibles los casos de coronavirus conocidos, que son 23 hasta el momento.
La dolorosa noticia de la muerte de la primera paciente que llegó de España, y de donde se deriva la mayoría de los contagios, sacude. Además, una joven ecuatoriana que vivía en Italia lamentablemente falleció.
Mientras Europa es hoy el corazón de la crisis, según la Organización Mundial de la Salud, el país de origen, China, con mayor número de casos, ya no es el blanco de las miradas.
En el Ecuador ya no hay clases en escuelas, colegios y universidades. Algunas actividades se han suspendido y hay otras en las cuales las medidas son muy estrictas.
Miles de espectadores habituales en los partidos de fútbol deberán seguirlos por radio o televisión. Algo, por lo demás, ya instaurado en distintos países del mundo.
El turismo es una de las muchas actividades económicas afectadas por la situación sanitaria mundial.
El Presidente pidió que los servicios religiosos se oficien por radio, televisión o internet. Lamentablemente la respuesta de las autoridades eclesiásticas no se compadece con el riesgo. Varios oficios religiosos seguirán pese a las advertencias.
La Iglesia Católica debiera revisar su postura midiendo el pulso de la situación frente a las procesiones de la Semana Santa. Hasta el Vaticano ha cerrado sus puertas. Cualquier convocatoria masiva de personas puede ser un peligro en términos de salud pública. Cuanto menos concentración humana sea posible, cuánto mejor en esta etapa del virus.
Es lamentable que ante las medidas de salud pública y la declaratoria de emergencia, la gente no reaccione con buena actitud cívica. Es inaudito que la gente arrase con los stocks de los supermercados; hay comida y productos suficientes para dos meses, han declarado los empresarios. Esa respuesta nerviosa es signo de inmadurez y falta de solidaridad.