El séptimo simulacro de evacuación ante una eventual erupción del Cotopaxi deja lecciones desde la apatía hasta la incredulidad.
Lo primero que cabe decir es que, de lo que se conoce, no hay indicio alguno de una amenaza volcánica inminente. Asunto clave.
Pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que debamos olvidar una realidad ante la que vivimos.
El Ecuador es país de volcanes, frecuentes sismos, ríos caudalosos, inundaciones y deslaves. Tal es nuestra naturaleza feroz e indómita; mejor es que aprendamos a convivir con conciencia, formación y solidaridad.
Por eso es que una iniciativa como la de ayer, emprendida por la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos es importante.
Lo primero que se debe decir es que de las tres provincias involucradas la respuesta fue mayor en Cotopaxi y casi nula en Pichincha y Napo.
Una eventual erupción podría proyectar lahares por los caudales de los ríos Cutuchi, Aláquez y Pucacunchi.
En Pichincha hay zonas vulnerables al norte del volcán y especialmente en el área del valle de Los Chillos, lo que atañe a sectores de los cantones Rumiñahui y Quito.
Cabe destacar el compromiso más efusivo en el simulacro de los habitantes de las zonas agrícolas. En la ciudad hubo menos entusiasmo y apatía. Desde la incredulidad hasta la negativa a participar del simulacro por la paralización de actividades e impacto en los negocios locales.
Inaudito fue que casi no hayan participado los estudiantes de los centros de educación pública aunque sí lo hicieron los planteles privados.
Es muy importante reconocer las rutas de evacuación, las zonas de riesgo y reforzar los protocolos para salvar vidas en caso de una eventual erupción volcánica.
Negar la historia, por ignorancia o incredulidad, no conduce a nada. Tampoco, alarmar sin razón.
Campañas como ésta son muy importantes pero hace falta una compromiso cívico mayor, y quizá, más impulso desde los medios de comunicación masivos. Siempre debemos todos estar alertas y preparados.