La imagen de Luis Inacio Lula da Silva devastado por la detención de la que fue objeto muestra la cara compleja del poder.
El líder del Partido de los Trabajadores de Brasil, que impulsó una teoría relevante de reivindicación social, ve marcado su mandato por posibles prácticas cuestionables en el financiamiento de campañas electorales.
La denuncia impacta sobre el Régimen de su coidearia, la presidenta Dilma Rousseff.Se muestra el uso de los dineros de la gigante empresa petrolífera de Brasil y un festín de los recursos públicos para repartir entre partidos políticos de distinto signo ideológico. Es verdad que la investigación judicial está en marcha, pero la denuncia parece no dejar títere con cabeza y varios ministros se han visto salpicados. Rousseff era representante del presidente Lula en Petrobras.
El caso actual de Lula no es el único, ni Brasil el único país. El populismo peronista de Cristina Fernández está en el ojo del huracán por varias denuncias que la agobian. En Bolivia, el presidente Evo Morales perdió el referendo con el que buscaba una reelección, en parte por denuncias de tráfico de influencias.
Que es el brazo secreto del imperialismo, dirán, intentarán defenderse. Lo cierto es que como ocurrió con gobiernos de la derecha (el caso Collor de Melo es aleccionador) ahora la corrupción apunta a los regímenes de izquierda.
La independencia de poderes, en los países donde existe, es un factor innegable de transparencia y control que cabe resaltar.