La travesía por la selva del Darién es una de las rutas migratorias más inhóspitas y peligrosas del mundo. Cada día, cientos de personas se aventuran en ella. Es una travesía marcada por la angustia, el dolor y, en muchos casos, la tragedia en un espacio inhóspito para quienes emprenden este arduo camino.
La migración no es un acto caprichoso ni voluntario. Quienes cruzan el Darién lo hacen impulsados por las mismas causas que obligan a tantos otros en el mundo a dejar sus hogares. Esta no es una crisis aislada; es un reflejo de las injusticias y conflictos globales.
Es necesario, sin embargo, preguntarnos qué se está haciendo para enfrentar esta realidad que no solo afecta a quienes cruzan la frontera natural entre Colombia y Panamá, sino a los países que los reciben y a las comunidades indígenas que, sin recursos suficientes, tratan de brindar ayuda. La magnitud de la crisis desborda cualquier iniciativa.
Las cifras que maneja la cooperación internacional dan cuenta de que al menos 285 000 migrantes han atravesado en lo que va de 2024 esa selva, la mayoría son venezolanos, pero también hay nacionales de Colombia, Haití, China, Bangladesh, Palestina, Afganistán, la India, la R.D. Congo o Somalia, entre otros muchos países, con problemáticas que se repiten. A más de ellos, hay compatriotas ecuatorianos que ven en la migración forzada la única salida para una crisis sistémica.
Es común que las historias de quienes logran cruzar el Darién se centren en los números, en la cantidad de migrantes que transitan por la selva cada año. Las cifras que maneja la cooperación internacional dan cuenta de que al menos 285 000 migrantes han atravesado en lo que va de 2024 esa selva, la mayoría viene de Venezuela, pero también hay nacionales de Colombia, Haití, China, Bangladesh, Palestina, Afganistán, la India, la R.D. Congo o Somalia, entre otros muchos países, con problemáticas que se repiten. A más de ellos, hay compatriotas ecuatorianos que ven en la migración forzada la única salida para una crisis sistémica.
La humanidad nos obliga a reconocer que estas situaciones no son inevitables. La migración forzada es un síntoma de un mundo en el que el bienestar sigue siendo un privilegio y no un derecho. Las personas que arriesgan sus vidas en el Darién no buscan oportunidades en un país específico. Buscan un espacio seguro para vivir. Enfrentar la crisis migratoria no es solo cuestión de atender a quienes transitan por estas rutas, sino de trabajar en las raíces de esta desesperación.
Es imperativo recordar que esta crisis no es ajena a quienes se quedan. El Darién no es solo una ruta lejana; representa las fronteras invisibles que hemos trazado en el mundo, separando a quienes tienen oportunidades de quienes solo tienen esperanza. Combatir las causas de la migración forzada en Ecuador es una responsabilidad que debemos asumir todos. La dignidad humana no debe depender de la suerte, y es nuestra obligación construir un mundo en el que nadie deba recorrer miles de kilómetros para encontrarla.