La travesía por el difícil camino de la paz en Colombia muestra debilidades. Lo deseable casi siempre es complejo.
Un episodio que merece la observación mundial es el del cabecilla de la ex guerrilla, Jesús Santrich.
Las autoridades de justicia dijeron que Santrich se halla inmiscuido en episodios de narcotráfico, que habrían sido cometidos tiempo después de la suscripción y puesta en marcha de los acuerdos de paz y el abandono de las armas por parte del grupo narco guerrillero.
Las imputaciones lo llevaron a la cárcel; luego se lo dejó libre para recapturarlo minutos después. Incluso los medios colombianos informaron que el imputado trató de hacerse daño y fue recluido con vigilancia en un centro de salud. Días después, una orden judicial lo volvió a liberar, y con ello quedaría sin efecto una posible extradición a los Estados Unidos.
Ahora Santrich se pasea reivindicando políticamente su caso y no cabe olvidar que el fiscal anterior renunció por los hechos descritos.
A este caso se suma un nuevo escándalo que la justicia habrá de dilucidar. Es una suerte de repetición de aquel duro episodio que se conoció como los ‘falsos positivos’.
En los años de la dura lucha contra los guerrilleros muchas personas muertas por armas de fuego -amanos del ejército colombiano- no habían sido guerrilleros sino civiles presentados como subversivos para mostrar la ‘efectividad’ de la lucha militar contra los insurgentes.
Ahora, denuncias de actitudes similares han dado como resultado la detención de un alto oficial del Ejército colombiano para indagaciones.
Otro aspecto complejo es el del asesinato continuo de dirigentes sindicales y populares, aun luego de la firma de los acuerdos de paz.
Con estos temas pendientes, la afirmación de la voluntad de paz, está visto, no pasa por la sola firma de documentos, y tampoco por la impunidad de quienes hayan cometido crímenes amparados en supuestos lemas de reivindicación política.
Las FARC muestran disidencias y su sola presencia en el Congreso es otro asunto difícil de asimilar.