El Consejo Nacional Electoral (CNE) tiene la dura tarea de demostrar su total independencia del poder político en el país.
Las recientes declaraciones del presidente del organismo, Domingo Paredes, en entrevista con EL COMERCIO, muestran las dificultades que la arquitectura de la institucionalidad que se ha construido, ofrecen para el ejercicio libre de la actividad política plural.
La actividad proselitista ha estado empañada por una propaganda oficial intensa y una fuerte presencia del Presidente en una elección seccional que debía librarse entre pares y en igualdad de condiciones: los candidatos a prefectos, alcaldes y concejales y miembros de las juntas parroquiales.
En la aludida arquitectura institucional se ha profundizado un modelo de concentración de poder en todas las funciones del Estado.
En la vieja era de los partidos a los que el poder llama ‘partidocracia’, la autoridad electoral devenía del pluripartidismo. Ahora no, su independencia es cuestionada.
Es tiempo de exhortar a quien exhorta sin éxito ante el poder, para que el proceso electoral, que ha dejado que desear en equidad, tenga en su etapa final un remate limpio con un conteo pulcro y transparente de los votos que respete el sufragio popular.
Ojalá que los observadores tomen nota de todos los antecedentes y no se limiten solamente a sacar la foto de la gente depositando el voto en las urnas, que es solamente una parte de la democracia.