Los habitantes de Quito se muestran incómodos. El cúmulo de dificultades que supone vivir en la capital encuentra en la movilización uno de los temas más agobiantes.
Desde el poder político no se suele entender el papel de los medios de comunicación que presentan los hechos, reflejan la realidad y recogen las angustias y sensaciones de las personas y las publican en las páginas de periódicos y revistas, en los espacios electrónicos, en la radio y la televisión.
Junto con la obligación de contarle a la gente lo que pasa, de contrastar esas vivencias con los portavoces de las autoridades, los medios formulan análisis, críticas y opiniones. Eso sucede en una sociedad que quiere vivir a plenitud su libertad y la posibilidad de una expresión abierta, no vigilada y peor coartada desde el poder.
En Quito el pulso de esos problemas genera tensiones entre el Cabildo y los ciudadanos. Esas tensiones las procesan los medios. Es evidente que las soluciones globales que no llegan coincidieron en el calendario con el desafortunado episodio del nombre del nuevo aeropuerto y la reconvención presidencial al método empleado por el Alcalde, al que lo dejó mal parado ante sus electores. La prensa independiente, como lo ha hecho en todos los casos que considera de interés público, desplegó una cobertura profesional que reflejó el malestar ciudadano al ponerse en uso el Corredor Sur Occidental. La misión de la prensa en ese sentido es indiscutible. La reacción de la autoridad es desproporcionada al señalar que la prensa maximiza la noticia.
Que los lectores juzguen y saquen sus propias conclusiones a la luz de los hechos y de la vida de la ciudad, que hoy por hoy no es precisamente el Quito que queremos.