Poco a poco la gran potencia mundial, la República Popular China, incrementa su poder e influencia en el Ecuador, como ocurre en otros países.
Un sistema político de partido único, una sociedad que no goza de libertad de expresión y no prioriza las políticas ambientales y laborales, contrasta con la apertura a las inversiones foráneas y su agresiva expansión.
La dependencia de China marca no solo a las naciones en desarrollo y a las potencias emergentes sino a poderosos y consolidados sistemas económicos que no pueden subsistir sin el voluminoso intercambio con la potencia asiática. El crecimiento exponencial de la economía china hace vislumbrar una cada vez mayor influencia planetaria.
Ecuador no se aleja de ese influjo; por el contrario, aquí, su presencia es cada vez mayor. Grandes inversiones en materia petrolera, el más ambicioso proyecto energético de la historia nacional y las inversiones no solamente en Coca-Codo Sinclair sino en una decena de otros proyectos marcan la chino-dependencia.
Empresas chinas con millonario capital, técnicos nativos en China que se han desplazado a nuestro país, el control de obras de gran envergadura, no son sino una parte del todo. Lo preocupante es el compromiso de entregar grandes cantidades de barriles de petróleo como pago de millonarios empréstitos a unas tasas de interés sobrevaloradas, si las comparamos con otras posibilidades asequibles.
China demanda materias primas en grandes cantidades para su desarrollo. Surge la pregunta de la oportunidad y la conveniencia de tejer una relación de dependencia con una fuente única en vez de diversificar las opciones. Es una decisión política de altos quilates que podría hipotecar el futuro.