Los independientes ganaron la elección. Es el primer mensaje de las urnas de una justa para seleccionar a los miembros de una Asamblea Constituyente que transforme la Carta Política heredada del Régimen militar de Augusto Pinochet, que gobernó Chile con mano férrea entre 1973 y 1990.
En las elecciones, donde se pusieron en juego otros comicios seccionales, a más del triunfo de los independientes -los más, desconocidos sin participación política y progresistas, según los analistas-, obtuvieron numerosos votos y curules la izquierda, y como tercera fuerza, la coalición de derecha. Vale decir, el Gobierno es el gran derrotado.
Pero los retos de la Asamblea Constituyente son enormes. Escuchar la voz de las calles expresada de forma violenta en las protestas de octubre del año 2019 no es una tarea fácil.
La sociedad chilena, en todos estos años, tuvo avances considerables, pero la inequidad y la brecha social entre ricos y pobres se acrecentó.
El Estado logró ahorrar recursos que le permitieron afrontar con solvencia y sin empréstitos los destrozos de los fuertes terremotos de hace más de una década. La lección se debiera aprender por estos lares. Los fondos ahorrados tienen razón de ser y protegen a toda la sociedad.
Pero la voz de la calle desató iras contenidas, y la turbulencia y el enfrentamiento entre manifestantes y fuerzas del orden dejó muertos, heridos -muchos perdieron sus ojos por los perdigones- y una violencia extrema jamás antes vista.
Cuando el pueblo dijo no a Pinochet en 1990, se estructuró una Concertación que dio paso a cuatro gobiernos seguidos de demócratas cristianos y socialistas alternados. Fue un buen tiempo.
Los posteriores gobiernos de Piñera y el segundo mandato de Bachelet empezaron a mostrar las costuras de un modelo injusto en lo social y con vacíos en lo económico. La apuesta por una reforma profunda con una Asamblea Constituyente supone un reto grande para labrar los caminos consensuados hacia una mejor democracia, con más calidad de vida y justicia social. ¿Será posible?