Si bien los encargados del poder en Venezuela reivindican la figura y el legado de Hugo Chávez -líder más visible del llamado Socialismo del siglo XXI y cuya muerte se anunció ayer- en ese país y en la región se vive un paréntesis propio de la desaparición de un personaje carismático e irrepetible, difícil de emular políticamente.
Chávez fue protagonista desde 1992, cuando lideró un fallido golpe. No cumplió su sueño de gobernar décadas, pero se mantuvo en la Presidencia desde 1999 y marcó de modo decisivo la política local y continental.
Con gran poder de comunicación y una agenda clientelar, basada en gigantescos ingresos petroleros, logró el suficiente poder y la suficiente popularidad para reelegirse en dos ocasiones. La última, en el 2012, lo encontró muy desmejorado, después de tratamientos no exitosos de su cáncer en Cuba. Entonces empezó un declive que llenó de expectativas el panorama político.
Carismático y de una voluntad a toda prueba, superó un golpe que lo sacó del poder por dos días en el 2002, pero no venció en su lucha personal contra la enfermedad.
Su evaluación no admite términos medios. Para unos fue un luchador por las causas de los pobres; para otros, un destructor de la institucionalidad de su país y un dilapidador de sus recursos, que además posibilitó la sobrevivencia del régimen de los hermanos Castro en Cuba.
Ni la historia ni el futuro inmediato le serán indiferentes.