En esta semana, los quiteños gozan de las fiestas por la fundación española de la ciudad. Se siente la algarabía de la gente que, de súbito, siente un profundo amor por la capital y gritan, ya sea en sus casas jugando al 40, montada en las chivas que recorren la ciudad, convirtiéndose, como tituló Ernest Hemingway a una de sus mayores novelas, ‘Una fiesta movible’, que es la traducción literal a la que se conoce como ‘París era una fiesta’. Y también hay esas grandes fiestas populares. Y en todas ellas se grita: ¡Viva Quito!
Muchos cuestionan que la capital haya elegido como motivo fundamental de sus celebraciones el inicio de un proceso de conquista y colonización de un poder extranjero por sobre los pueblos originarios. En parte pueden tener razón. Muchas otras ciudades han optado que sean las de independencia. Y ciertamente es preferible una independencia que la memoria de un episodio oscuro de la historia. Pero nadie puede negar que Quito y el país entero es fruto de ese proceso, que dejó como uno de sus mayores legados el mestizaje, que implica la crudeza de que en nosotros conviven el conquistador y el conquistado.
Más allá de estas discusiones que pueden ser teóricas -muy importantes, por cierto- la ciudad de San Francisco de Quito debe, de una vez por todas, re-pensarse. La ciudad vive una continua crisis institucional, política y de convivencia ciudadana.
Próximos a elegir a Alcalde, la ciudad ha padecido en estos cuatro años, crisis políticas que la dejó al abandono. Destitución de su gobernante, nombramiento de otro, con acciones judiciales de por medio, la ciudad perdió rumbo. Las tres últimas administraciones se concentraron casi con exclusividad a un Metro que, por fin, parece que entrará en funcionamiento. Se dejaron de lado muchas otras cosas urgentes.
Sin embargo, también falta que los quiteños sepan de convivencia ciudadana, respetar a los vecinos, a los transeúntes, a las normas. A Quito hay que re-pensarla de manera urgente y permanente, continua. Y, además, actuar en consecuencia. Solo así, se podrá gritar ¡Que viva Quito! Y vivirla de verdad.