Uno de los procesos de elección popular más apretado y discutido de los últimos tiempos llevará al poder en el Perú al líder de izquierda populista Pedro Castillo.
La irrupción de esta tendencia es nueva en un país que fue azotado por el huracán de la corrupción de la firma Odebretch, en una dinámica muy similar a la de otros países de la región, pero que en el Perú alcanzó alto vuelo. Varios ex presidentes han sido imputados y uno de ellos terminó suicidándose: Alan García.
Esa descomposición social y política favoreció la dispersión y cerca de una veintena de candidatos presidenciales diluyeron a las tendencias del centro a la derecha, al punto que terminaron asegurando el paso a la segunda vuelta de Pedro Castillo.
La votación de Keiko Fujimori aglutinó a las tendencias derechistas y conservadoras y su propia vertiente clientelar, pero no le alcanzó para derrotar a Castillo. La sombra del padre de Keiko Sofía, Alberto Fujimori, en prisión por actos severos contra los derechos humanos y corrupción, terminó pesando en una parte del electorado, tanto como las propias denuncias de la excandidata presidencial en su paso por el Congreso.
Las interrogantes que se abren sobre el tinte del gobierno de Pedro Castillo son múltiples. Hay quienes piensan que podría terminar más al centro como sucedió con Ollanta Humala, otros ven la influencia de viejas corrientes de izquierda, provenientes de la dirigencia de Junín, en sus tesis preponderantes.
Las interrogantes se terminarán despejando con la nómina completa de sus ministros, con la formulación de su plan de Gobierno aterrizado con sus conceptos del modelo económico y social y la concreción de una eventual asamblea constituyente, como se propuso en la campaña.
Pedro Castillo podría identificarse con corrientes como el socialismo del siglo XXI, por ejemplo.
La evolución del mercado de capitales y de la inversión extranjera será un termómetro en un país donde la inequidad y la brecha social son profundas, lo mismo que aquella que divide al campo de la ciudad.