Tras casi dos semanas de expectativa, críticas y escepticismo, el sábado se firmó el acuerdo para atenuar la crisis climática que afecta severamente a la humanidad.
Agua ha corrido bajo el puente desde aquel Protocolo de Kioto -una importante hoja de ruta que se negaron a seguir las grandes potencias-, hasta este documento de París (dos ciudades emblemáticas, de Japón y de Francia).
Hoy, el mundo ha llegado a un punto crítico y de aparente no retorno en materia del calentamiento global, que amenaza la supervivencia de varias especies en el planeta y puede afectar severamente a la vida del hombre en la Tierra.
Que Estados Unidos y China hayan firmado el acuerdo es un paso adelante. Las potencias se resistieron en el pasado a asumir los compromisos de Kioto.
Ahora, la conciencia civilizada de la humanidad debe vigilar el cumplimiento de los acuerdos y denunciar, de darse el caso, a quienes no lo cumplan o se desvíen del compromiso.
La clave del documento señala que el cambio climático es una amenaza potencialmente irreversible. Cuestiona la reducción tibia de las emisiones de gas de efecto invernadero. Se compromete a mantener el aumento de la temperatura por debajo de los 2 grados.
Lo importante en esta cumbre, como debiera ser en todas, es que la palabra empeñada no se quede en la letra muerta de la firma de un acuerdo. Se trata, de modo consciente y comprometido, de cuidar la casa mayor, que la ciencia muestra en peligro auténtico.