Llegó la hora de la sesión convocada un domingo por la noche para tratar unas reformas que atendían a uno de los temas que tienen que ver con el sustento fundamental del Ecuador: el petróleo.
Los términos de la convocatoria y la urgencia del Presidente parlamentario oficialista contrastaban con el tono imperativo del Primer Mandatario que anunciaba, aun antes de la cita legislativa, que aquella reforma entraría por el Ministerio de la Ley y se publicaría en el Registro Oficial.
Un episodio que una vez más demuestra el irrespeto hacia el espacio que cada una de las instituciones democráticas deben conservar para sí cuando existe una verdadera independencia de poderes que, como lo prueban los hechos, no se aplica en el Ecuador de la revolución ciudadana. Para colmo de males, altos cargos del Ejecutivo llegaron hasta el Palacio Legislativo para acaso asegurarse que los designios del líder se cumplieran a pie juntillas. Como antes, como siempre, ocurrió. Los parlamentarios del Gobierno no bajaron al salón del Pleno y la maniobra quedó al descubierto. Se dejaba pasar la reforma sin debate ni discrepancias incómodas. Toda una pieza de colección para demostrar que vivimos “un cambio de época”. Las viejas prácticas parlamentarias que el país criticó a los maniobreros de la partidocracia, las reproducen sin despeinarse los revolucionarios del siglo XXI. Toda una desnuda realidad que parece trazada para desprestigiar a la relación Ejecutivo-Legislativo e insistir en una democracia plebiscitaria y hasta en la muerte cruzada.
Para los demócratas la convivencia con los congresos es compleja; para quienes no creen en la independencia de poderes ni en la democracia occidental, esas instituciones son un estorbo.