El pensamiento libre pagó un precio de dolor y muerte. Millones de personas perplejas no pueden entender el brutal crimen que silenció a un cantor popular: Facundo Cabral.
Después de su muerte su mensaje vuelve a escucharse y su palabra, que recuerda lo audaz de un personaje que no se creía ni de aquí, ni de allá, sino de todas partes, mueve a la reflexión. Siempre irreverente con el poder, siempre retador con sus mensajes, criticó a dictaduras y tiranías. El cantautor fue ejemplo de hombre libérrimo, que amó la vida y cultivó un oficio especial.
Crítico de la violencia y cultor de los mensajes de paz, murió baleado en una calle de Guatemala, uno de los países tomados por la violencia criminal. Había cantado en sus últimos recitales antes de viajar a Nicaragua, y mientras se aclaran los motivos de su cruel final, su muerte ilustra la gravedad del problema que aqueja a varias ciudades de todo el continente.
No es un problema pasajero. No se trata de los medios de comunicación informando de algo que el poder siempre quiere ocultar porque, en muchos casos, no está dispuesto a asumir su parte de responsabilidad, su incapacidad, su grave omisión y sus mortales consecuencias.
Colombia lleva años de desangre a causa de la violencia y el crimen. Hoy México se estremece y se cuentan ya 40 000 muertos por la violencia desatada por las mafias vinculadas al narcotráfico. Centroamérica está acosada por las pandillas de la marginalidad y la pobreza; las mafias conquistan territorios en los barrios bajos de sus importantes ciudades. Otros países llevan ya esa triste huella y unos más estamos en ese camino siniestro si no se hace algo.
La voz de Cabral contra el poder, por la paz y la libertad, acallada brutalmente, debe sonar más fuerte que nunca.