El triunfo inapelable de Boris Johnson como primer ministro británico marca el plazo fatal, inexorable, se diría.
El último día del primer mes de 2020 el Reino Unido dejará la Unión Europea (UE) sin atenuantes.
El líder conservador de estilo populista que gobierna desde junio, sumó los 80 escaños por el Brexit (la salida de la UE). Se vienen grandes giros en la célebre oficina del N° 10 del Downing Street, donde dirigentes como Churchill o Tatcher tomaron decisiones vitales.
Los retos inmensos que se avizoran pondrán a prueba la destreza de Johnson como timonel frente a una situación desconocida.
Es verdad que el Reino Unido siempre manejó su relación con la UE con cierta distancia. Jamás participó de una moneda común pero el intercambio comercial fue fecundo.
En el 2016, frente a presiones de los productores agrícolas y del interior de Gran Bretaña, el gobierno convocó a un referendo. La salida de la UE parecía cosa poco probable pero la voz de las urnas dijo lo contrario. La City londinense recibió un duro revés y desde entonces la salida y los acuerdos negociados para poner fin a la relación con Bruselas tienen fechas que han venido postergándose.
Reino Unido afrontará otras ventiscas. Hay tendencias en Escocia que hablan de propiciar una corriente política pro separación y que no concuerdan con el Brexit.
La situación de los límites de Irlanda del Norte e Irlanda del Sur es crucial y muchas empresas y estudios jurídicos emigraron hacia la otra parte de la isla con tal de seguir trabajando dentro de la UE.
Las relaciones comerciales para Reino Unido tendrán otros costos y la idea de la separación del acuerdo de integración regional más grande del mundo -por el número de países que lo conforman y el tamaño de su economía- podrían pasar facturas.
Para Reino Unido estar separado de otros estados por el mar no es nuevo. Es su determinante característica. Pero en la era de la formación de grandes bloques y de la globalización y los acuerdos todo parece contracorriente. Soplan otros aires.